La
historia de nuestro país nos ha dejado muchas enseñanzas sobre el divisionismo
y sus consecuencias nefastas. Si no, recordemos la triste historia de Huáscar y
Atahualpa, los hijos del Inca Huayna Cápac, quienes al destruirse entre sí en
cruentas guerras civiles permitieron que los invasores españoles acaben con tan
gran imperio, el imperio de nuestros incas. Más adelante, el personalismo hizo
que los libertadores Bolívar y San Martín no llegaran a un acuerdo, lo cual
significó el perder la gran oportunidad de que hoy por hoy seamos una de las
comunidades más importantes del mundo. Son lecciones que nos demuestran el daño
que causa el divisionismo, y sin embargo, una vez más el divisionismo nos hizo
presa fácil de nuestros enemigos extranjeros.
Ya entrando en la historia republicana de nuestro país, las peleas y divergencias entre los generales Santa Cruz y Gamarra en la época independentista consiguieron que el Alto Perú se desligue de nuestro suelo para formar otra bandera y seguirnos empequeñeciendo tontamente. Para resumir lo dicho bastará con remontarnos al génesis de las sagradas escrituras, cuando Caín mató a Abel por soberbia, envidia y egolatría.
Ya entrando en la historia republicana de nuestro país, las peleas y divergencias entre los generales Santa Cruz y Gamarra en la época independentista consiguieron que el Alto Perú se desligue de nuestro suelo para formar otra bandera y seguirnos empequeñeciendo tontamente. Para resumir lo dicho bastará con remontarnos al génesis de las sagradas escrituras, cuando Caín mató a Abel por soberbia, envidia y egolatría.
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