miércoles, 5 de diciembre de 2012

EL FUTBOL PERUANO

 
 
Me he opuesto, me opongo y me opondré siempre al fútbol peruano porque es una fuente eterna y despiadada de frustración. Porque siempre ilusiona a tanta pobre gente, y en tiempo récord, luego la defrauda y la deprime hasta niveles de suicidio colectivo. Porque exalta un patrioterismo barato, cerril, prepotente e inútil. Porque sus fracasos siempre terminan dándole la razón a los ampays de los programas de espectáculos. Porque genera ganancias absurdamente millonarias en publicidad, ¡y de cerveza! Porque esos comerciales futboleros no aspiran a construir ningún país de deportistas ganadores sino uno de borrachines necios e inservibles. Porque esas campañas venden la idea de que triunfar en la vida es ser, justamente, una Foca Farfán: ganar mucha plata afuera, no mandarle a tus hijos (negados) ni para el té y cuidarse tanto las sacrosantas piernecitas cada vez que le toca ponerse la blanquirroja. Porque es el caldo de cultivo para los narradores deportivos más obvios y afásicos del mundo. Porque es la fuente de inspiración para los titulares de diarios más ridículamente candelejones. Porque el floro pomposo con que los comentaristas de fútbol se adornan demora siempre quince minutazos para decir lo que se podría haber dicho en ninguno, o sea: nada. Porque endiosa a cualquier NN al que liga un gol y masacra hasta a la mamá de la superestrella que lo falla. Porque produce lamentables filósofos instantáneos como el santurrón de Oré o el calzonazo de Ternero. Porque nos habitúa a una mediocridad tal que llegamos a sentirnos supercampeones cuando empatamos cero a cero.


Porque por empatar tienen la majestuosa desfachatez de pretender cobrar ocho mil dólares de premio. (¿Y con cuánto los premian por perder?) Porque sobrevalúa jotitas que no le han ganado a nadie todavía y los infla como globos hasta el día en que –lógico– reventarán con el ensordecedor estruendo de los verdaderos bluffs. Porque sus estrellas internacionales –que llegan a hacernos el gran favor de jugar por su ex barrio, o sea, por su país– vienen llenecitos de esos disfuerzos tan típicos de los imbéciles con plata: ayer nomás dormían en Huaycán y hoy exigen suite en El Golf Los Inkas. Y porque las raras veces en que se hace matemáticamente posible la victoria en algún irrelevante partido amistoso, los primeros en colgarse de la veintiúnica victoria son los presidentes, los mismos presidentes que no hacen nunca absolutamente nada para que el oprobioso fútbol peruano deje de trapear internacionalmente el piso con nuestra bandera y pueda, algún día, dar un poquito menos de lástima que la que viene dándole –en las últimas tres décadas– al planeta entero. ¡Así no, pues, así no!

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